25 nov 2016

Generar empleo


Por: Luis E. Herrera - 10/08/2014

El trabajo, además de permitir obtener los recursos necesarios para la subsistencia de las personas, dignifica y las hace sentir útiles. Como si esto fuera poco, tiene efectos importantes en la economía, siendo uno de los factores que generan, junto a los recursos naturales y al capital, la producción y el crecimiento económico.
Si la generación de trabajo se origina en fuentes genuinas y estables, contribuye no sólo al crecimiento sino también al desarrollo del país y de sus habitantes.


Ahora bien, para generar fuentes de trabajo que cumplan con las características de estabilidad y previsibilidad hacen falta inversiones. Y éstas requieren aplicaciones específicas de fondos.
En la economía, como en muchas cuestiones de nuestra vida, las expectativas y la confianza son determinantes a la hora de tomar decisiones (¡como en la vida misma!).
Las complicaciones derivadas de la falta de acuerdo en la forma de pago de nuestras obligaciones con los mercados financieros internacionales atentan contra nuestra imagen de país confiable y, por lo dicho, retrasan o ponen en duda las decisiones vinculadas a la inversión productiva.
Particularmente, creemos que no estamos viendo una situación que provoque una exclusión total de nuestro país de los mercados internacionales, sino algunas cuestiones que provocan dudas y que se deberán negociar con inteligencia para menguar sus efectos.

Volviendo a la cuestión central de la generación de trabajo, si está vedada o es complicada la posibilidad de atraer inversiones, tenemos que explorar otras alternativas.
Es aquí donde debe hacer su aparición el estado, con políticas tendientes al crecimiento y el desarrollo. Estas políticas, vemos, están orientadas en muchos casos a estimular el consumo de las personas lo que, se supone, creará demanda de bienes y servicios que las empresas deberán atender con mayor producción, creando así fuentes de trabajo. Sin embargo, hasta el momento este enfoque fue insuficiente, más allá del efecto pasajero que tiene en las personas la satisfacción inmediata brindada por el consumo.

Aquí haremos una distinción entre el consumo corriente y el gasto a largo plazo de las personas. Llamamos consumo corriente a todos aquellos bienes y servicios que se adquieren para cubrir necesidades primarias y básicas: alimento, vestimenta. El gasto a largo plazo estaría conformado por bienes tales como la vivienda o los automóviles. Queda claro aquí que, si bien el consumo corriente nos permite “vivir”; son los bienes llamados “duraderos” los que permiten el bienestar a largo plazo y lo que se conoce como “calidad de vida”. Esto último no es posible de alcanzar si no existe, al menos, una capacidad mínima de ahorro en las personas. La inflación, entendida como un proceso de alteración y desfasaje entre los precios relativos de los bienes y servicios que se comercializan y los ingresos necesarios para obtenerlos, limita o, directamente impide, el ahorro y la totalidad del ingreso se destina al consumo corriente.

A nivel país, si no se cuenta con inversiones externas que generen trabajo, es necesario estimular a los empresarios locales para alcanzar niveles de producción que sirvan a tales fines. Entendemos que cualquier medida en este sentido debe ser tomada e implementada como parte de una política integral de crecimiento y desarrollo. Los estímulos a ciertas actividades (como la construcción, habitual generadora de mano de obra) tendrán efectos a corto plazo si no se articulan con medidas similares y/o complementarias en otros sectores de la economía. Nuevamente: la expectativas y la confianza guían las decisiones, también, de los empresarios argentinos y ello se traduce en la generación o destrucción de puestos de trabajo.


 En nuestra región (norte riojano), la industria olivícola ha sido por mucho tiempo la vía de generación de empleo genuino para muchas familias, con producciones destinadas principalmente a la exportación. Ello generaba el ingreso de divisas, necesario para sostener el crecimiento. En la actualidad, el precio del dólar se muestra atractivo para vender al exterior, pero no es suficiente para brindar, por sí solo, la rentabilidad. Es que el costo de producción se ha venido incrementando a un ritmo mayor: servicios en general, combustibles, insumos... A todo esto, vuelve a hacer su aparición la villana de la película, la inflación. En una carrera por alcanzar los niveles del aumento generalizado de los niveles de precios, se han ido acumulando incrementos salariales para, de alguna manera, mantener el poder adquisitivo de las familias, cosa que no se está logrando. Dichos aumentos traen aparejados como consecuencia la suba de las cargas sociales proporcionales que pagan los empleadores, derivando en el encarecimiento total de la mano de obra. En consecuencia, este aumento de costos, sumado a la falta de políticas activas específicas para el sector olivícola y toda su cadena productiva (más allá de estímulos provinciales a los pequeños productores), la inexistencia de un mercado interno que absorba la producción de aceitunas y sus derivados, contribuye, aún con un dólar alto, a aumentar la desconfianza y la falta de un horizonte claro que, sabemos, son fundamentales a la hora de invertir y generar empleo.

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